
“Un mapa es un relato. Una forma de escritura que no narra el mundo sino su deseo.” La frase de María Negroni resuena como punto de partida en la propuesta curatorial de Ana Larrere para la muestra Un mapa para lo frágil, que se exhibe en el cuarto piso de la Casa Nacional del Bicentenario. Esta exposición se articula como una invitación a repensar el territorio y el paisaje no desde la distancia, sino desde la implicación y la escucha activa.
Junto a esta propuesta, la artista Lucila Sancineti presenta Nido matinal, mortaja del mundo, en la planta baja, dos instalaciones que exploran el cuerpo y sus límites a través de materiales y formas que evocan protección y transformación.
En Un mapa para lo frágil, las obras de Ana Laura Amante, Julieta Cantarelli, Romina Tejerina y Graciela San Román despliegan once trabajos en soportes diversos: instalaciones site-specific, frottages, piezas textiles, esculturas cerámicas, obra sonora, pintura y obra sobre papel.
La curaduría de Larrere propone una cartografía que se deja atravesar por afectos, memorias, materias y silencios, articulando lo interior y lo exterior del espacio expositivo. El recorrido invita a pensar el territorio desde la fragilidad, entendida como potencia de relación y transformación.
Las piezas, gestadas en el sudoeste bonaerense —entre Sauce Grande, Coronel Dorrego, Bahía Blanca y su estuario—, surgen de un vínculo directo con los territorios que las alojan. No se trata de ilustrar el paisaje, sino de escucharlo, habitarlo y traducirlo.
La muestra se inspira en la perspectiva de Vinciane Despret, entendiendo el territorio como una red de relaciones entre cuerpos, memorias, materiales y gestos. Habitar, en este contexto, implica atender, responder y comprometerse. Las artistas sitúan sus prácticas en relación directa con su entorno, activando una sensibilidad que permite percibir lo que está en riesgo y responder desde la cercanía.
La fragilidad, lejos de ser una debilidad, se plantea como una forma de conexión. Las obras no representan catástrofes, sino que las bordean, las presienten y las acompañan. Frente al daño, activan una práctica de cuidado y memoria. El mapa que se traza es inestable, cambia con cada mirada y cada paso.
No propone certezas ni delimita, sino que se despliega como una trama en movimiento, hecha de gestos y silencios. Es, en palabras de la curadora, “una invitación a detenerse, a registrar lo mínimo, a pensar el paisaje como interlocutor”.
En el marco de la exposición, el viernes 15 de agosto a las 17 h, Romina Tejerina —integrante del colectivo Guardianes del Estuario— ofrecerá una charla abierta sobre el estuario de Bahía Blanca, un humedal costero de enorme valor ecológico que, pese a su riqueza biológica, sigue siendo un territorio desconocido incluso para quienes viven junto a él.
En la planta baja, el microespacio alberga dos instalaciones de Lucila Sancineti. Inspirándose en exoesqueletos, piezas de corsetería y armaduras —dispositivos concebidos para cubrir, proteger y sostener—, la artista elabora piezas que combinan morfologías y experimentan con materiales que aportan textura, flexibilidad y rigidez.
A través de procesos lentos, repetitivos y minuciosos, la materia se transforma en piel, invitando a la caricia y esperando la inscripción. Las obras sugieren un encuentro con restos en estados de mutación suspendidos, como intentos frustrados de interpretar los mecanismos de fuga de aquello que se resiste a ser capturado.
*Ambas muestras inauguran el jueves 14 de agosto a las 18 h en la sede de la Casa Nacional del Bicentenario, Riobamba 985. Podrán visitarse hasta el 5 de octubre, de miércoles a domingos entre las 15 y las 20. Entrada gratuita.