
“La gente está pasando hambre”, resumen quienes sostienen comedores y merenderos en Córdoba. En este fin de año, estos espacios volvieron a convertirse en el pulso más claro de la crisis: cada día llegan más familias y hay menos recursos para responder.
La demanda crece en todos los frentes: comida, ropa e incluso medicación. Muchas personas que antes vivían de changas ya no tienen ingresos, y aun quienes cuentan con empleos formales recurren a un plato en el comedor porque solo pueden comer una vez al día. Un informe reciente del Centro de Almaceneros reveló que casi el 20% de las familias pidió ayuda para alimentarse y que uno de cada diez hogares tuvo integrantes que comieron una sola vez al día o directamente dejaron de hacerlo.
En paralelo, las donaciones se desploman. Comerciantes, empresas y particulares aportan menos, y el recorte nacional terminó de profundizar el deterioro. Muchos comedores hacen rifas, venden panificados o directamente ponen dinero de su propio bolsillo.
El verano traerá un escenario aún más tenso: con el receso escolar, aumentan las bocas que alimentar. El 70% de estos espacios funciona en casas de familia y el 97% está sostenido por mujeres sin salario.
La situación se repite en todos los rincones de la ciudad: menos alimentos, más familias y una sensación generalizada de que no alcanza para nadie. Algunos comedores redujeron días, otros solo sirven meriendas y muchos tienen listas de espera.
Organizaciones como el Banco de Alimentos Córdoba informan que el rescate de alimentos cayó alrededor del 30% respecto del año pasado. Mientras tanto, el municipio intenta reforzar la asistencia, pero reconoce que los recursos son insuficientes frente a una pobreza que no se mueve del 30% estructural.
En los barrios, referentes comunitarios cuentan que la demanda ya no proviene sólo de familias sin empleo, sino también de trabajadores que no llegan a fin de mes. Y advierten que detrás del hambre crece otra preocupación: el avance del narcotráfico como “salida” para quienes no encuentran otra manera de sobrevivir.
“Si no hay un estallido social es porque existen los comedores”, resume una de las mujeres a cargo de un espacio que alimenta a más de 200 personas, aun cuando ella misma no tiene ingresos fijos. La frase se repite entre ollas, rifas, donaciones y noches sin dormir. Y resume, también, el límite al que llegó Córdoba: un entramado solidario que resiste, pero que está cada vez más al borde.