
No hay cifra que alcance ni estadística que resuma la repetición del espanto. Una vez más, el horror aparece embolsado, enterrado, desaparecido. Esta vez fue Brenda Torres. Pero su nombre se suma, como los eslabones de una cadena oxidada, a una larga sucesión de mujeres que vivieron vulneradas, murieron olvidadas y fueron descubiertas –cuando lo fueron– por pura casualidad.
Brenda fue encontrada en partes. Su cuerpo, repartido en bolsas, emergió entre yuyales, al costado del camino, como si se tratara de basura. No muy lejos de los lugares donde alguna vez caminó, buscó abrigo, o fue feliz. La investigación, en manos de la Policía y la Justicia, se mueve como puede. Los restos siguen apareciendo. Los culpables siguen sin aparecer.
Lo que sacude no es sólo el crimen. Es la recurrencia. Es el patrón.
La marca del desamparo
A Brenda le preceden otras. Todas mujeres. Todas atravesadas por la fragilidad de una vida en los márgenes. La miseria, la exclusión, la violencia. Algunas fueron docentes que no llegaban a fin de mes. Otras, trabajadoras sexuales sin red. Otras, directamente invisibles.
A Nadia Laureano la enterraron bajo una pileta. No hubo operativo de búsqueda porque nadie la buscó. A Anahí Bulnes la asesinaron en un departamento céntrico. El asesino la deshizo en bolsas de basura y las arrojó al sistema de residuos como si fuese algo que se puede procesar, triturar, eliminar. Jamás se halló su cuerpo.
A otra mujer –aún sin nombre– la escondieron dentro de un placar, en el departamento de un expolicía con prisión domiciliaria y cero controles. Nadie la reclama. Nadie sabe quién es. Pero está muerta. Y estuvo allí, encerrada entre maderas, durante un tiempo que nadie puede precisar.
Cuando el espanto es rutina
La historia de Debra Noble parece escrita por un guionista sádico: fue ejecutada tras una noche de drogas, metida en un ropero y arrojada a un descampado como un mueble viejo. Tenía 20 años.
Yamila Cuello desapareció en 2009. Su familia jamás dejó de buscarla. Tuvieron que pasar 15 años para que su expareja fuera condenado. Él tampoco dijo dónde está su cuerpo. Otro silencio. Otra tumba sin tierra.
Más allá del femicidio
Estos casos no encajan fácilmente en las etiquetas jurídicas. No es sólo violencia de género. Es algo más. Es pobreza estructural, es adicción, es prostitución como única opción, es el desamparo institucional que habilita al verdugo. No son crímenes pasionales. Son crímenes previsibles. Casi anunciados. Pero igual cometidos. Igual permitidos.
¿Cuánto más tiene que doler?
Brenda es el nombre que hoy ocupa los titulares. Mañana será otro. Porque en Córdoba, las mujeres vulnerables no mueren: las desaparecen, las esconden, las callan. Lo peor: muchas veces, nadie pregunta por ellas. Como si sus vidas no hubieran valido lo suficiente.
No es que haya un monstruo suelto. Es que hay una sociedad rota. Y las víctimas son siempre las mismas.