
Once partidos sin ganar. Once gritos contenidos. Once partidos mirando el reloj, esperando un gol que no llega. Boca vive su peor racha histórica, y la herida no sangra en la tabla: sangra en el alma de sus hinchas.
El domingo, la derrota ante Huracán terminó de destapar una olla que venía hirviendo. El equipo no reacciona. Los jugadores están perdidos. La dirigencia se habla con miradas. Y Miguel Ángel Russo, en el centro del huracán, eligió el camino más inesperado: dio libre el lunes.
Mientras las redes arden, los medios lo cuestionan y los hinchas reclaman explicaciones, el plantel se quedó en casa. Nada de entrenamiento. Nada de charla. Silencio.
Es la segunda vez en poco tiempo que Russo opta por esta fórmula. Ya lo había hecho tras la caída en Copa Argentina. Pero ahora, con el equipo sin identidad ni rumbo, la decisión se siente como un eco vacío. ¿Descanso o desconexión? ¿Paño frío o rendición?
El grupo recién volverá a entrenar el martes por la tarde, con la presión encima y la Bombonera esperando un gesto. El próximo rival es Racing, y el margen de error es nulo. Boca no solo se juega un lugar en la Libertadores. Se juega el honor.
Y mientras tanto, Russo se aferra al silencio. Tal vez buscando respuestas que el fútbol ya no le da.