
Es el desahogo puro de Gonzalo Montiel, con el corazón todavía a mil. Es la revancha silenciosa de Maxi Salas, que volvió al escenario donde alguna vez no lo imaginaron y terminó siendo la pesadilla que Racing no pudo despertar. Es Enzo Pérez, lesionado, saltando como un hincha más. Es Martínez Quarta cantando con el alma. Es el puño cerrado de Gallardo, esta vez con nombre y apellido: Marcelo Daniel Gallardo. River, al fin, dio la talla en un duelo directo, de esos que definen temporadas. ¿Cuartos de Copa Argentina? Este triunfo frente al Racing semifinalista de América vale mucho más que eso…
Porque River supo jugar este clásico cargado de morbo y tensión, de roces, discusiones y tribunas encendidas. Con sus altibajos en defensa, sí, pero con un carácter, una intensidad y una determinación que terminaron reduciendo a su rival. En el Gigante de Arroyito, el Millonario fue un equipo reconocible, combativo y decidido, mientras que la Academia mostró la versión más frágil de sus últimas presentaciones.
Tal vez llegó tarde esta muestra de autoridad, pero llegó. Desde el plan inicial hasta la ejecución, River identificó los puntos débiles en la banda derecha rival —un Solari más ofensivo que defensor y un Zuculini incómodo— y atacó con inteligencia. Quintero libre para lanzar, Acuña preciso en la distribución, Salas letal en el área y Colidio —gran acierto de Gallardo— dándole filo al frente de ataque.
El equipo se adaptó a cada momento del partido. Presionó arriba cuando debía (con Martínez Quarta y Rivero destacándose en la recuperación), se agrupó atrás cuando el contexto lo pedía y controló el juego aéreo con autoridad. Racing inquietó cuando Costas movió las piezas, pero la respuesta millonaria fue firme: más hombres en defensa, más control en el medio y un Armani que apenas fue espectador.
River jugó con urgencia y con orgullo. Consciente de que no había margen para otro golpe, empujado por miles de hinchas que coparon Rosario, se comportó como un equipo con hambre y memoria. Y en el centro de todo estuvo él: Maxi Salas, el número 7 incansable, el que soportó los silbidos y devolvió carácter.
Montiel gritó con furia, Martínez Quarta arengó al público, Enzo Pérez celebró sin estar en la lista. River ganó un partido que sintió como una final. River volvió a ser River. Si esto alcanza para torcer el rumbo del año es otra historia, pero lo que pasó en Rosario no fue un simple triunfo: fue un golpe de autoridad.